Inventario A31conjunto
Clasificación Genérica Escultura; Mobiliario litúrgico
Objeto/Documento Retablo
Autor/a Leoni, Pompeo (Lugar de nacimiento: Pavía (Italia), 1533[ca] - Lugar de defunción: Madrid (m), 13/10/1608)
Vimercado, Milán
Fernández, Gregorio (Lugar de nacimiento: Sarria, 1576 - Lugar de defunción: Valladolid (m), 1636)
Pintor: Carducho, Vicente (Lugar de nacimiento: Florencia (Italia), 1576[ca] - Lugar de defunción: Madrid (m), 1638)
Título Retablo Mayor de San Diego
Conjunto Retablo Mayor de San Diego del Convento de San Diego
Materia/Soporte Madera
Pintura: Lienzo
Técnica Escultura: Tallado
Pintura: Pintura al óleo
Escultura: Policromado
Descripción El programa iconográfico del retablo estaba presidido por el monumental lienzo del titular del convento, obra de Vicente Carducho, completando el conjunto seis esculturas de santas y santos franciscanos, distribuidos a ambos lados en tres alturas, y las tallas del Crucificado, la Virgen y san Juan con las que se componía el Calvario que ocupaba el ático. Los trabajos de escultura incluidos en el retablo se completaban en el tabernáculo con un relieve del Salvador y cuatro figuras de virtudes, obras de Gregorio Fernández. Perdido por completo el ensamblaje, en el Museo se ha conservado las esculturas y la pintura de San Diego de Alcalá.
Datación 1604-1611
Contexto Cultural/Estilo Barroco español
Lugar de Procedencia Convento de San Diego (Franciscanos Descalzos), Valladolid (m)(Valladolid Centro, Valladolid (p))
Lugar Específico/Yacimiento Convento de San Diego (Franciscanos Descalzos)
Clasificación Razonada La estancia de la corte de Felipe III en Valladolid, entre los años 1601 y 1606, tuvo una notable repercusión en el patrimonio de la ciudad al propiciar la intervención en diferentes proyectos de los más destacados artistas que por entonces trabajaban en España. La fundación por el Duque de Lerma del Convento de San Diego, físicamente unido al edificio que primero fue su residencia y más tarde la del propio rey, fue una de las empresas en las que de forma más patente se plasmó la incidencia de la circunstancia política sobre la realización artística. De este modo, la decoración de la iglesia del convento se convirtió en una de las empresas más notables del Valladolid cortesano de comienzos del siglo XVII.
Con un planteamiento unitario muy propio de la época, el mismo arquitecto que diseñó el edificio, Juan Gómez de Mora, realizó las trazas de los cinco retablos que decorarían el templo. Lógicamente, sobresalía entre ellos por su monumentalidad el que adornaba el altar mayor, cuyo ensamblaje no se conserva, aunque afortunadamente llegaron al Museo tras la Desamortización las obras que lo decoraban: nueve esculturas grandes, la pintura de San Diego de Alcalá y otras cuatro esculturas más un relieve que en origen se encontraban en el tabernáculo.
De la realización arquitectónica se encargó el ensamblador Juan de Muniátegui, quien tuvo que concretar ciertos detalles insuficientemente definidos en las trazas, como la resolución de los capiteles, y ocuparse de la realización completa del tabernáculo. A dicha parte del retablo se destinaban las cuatro elegantes esculturas de Virtudes que Urrea identificó como obra del joven Gregorio Fernández, a las que posteriormente añadió Martín González el relieve con la representación de El Salvador que decoraba la puerta del sagrario.
Asentado el retablo sobre un banco de piedra, presidía el programa iconográfico el monumental lienzo del titular del convento, obra de Vicente Carducho firmada en 1611, quien también se ocupó en compañía de su hermano Bartolomé de las pinturas de las puertas de los dos retablos relicarios. La propia dedicación del convento a san Diego de Alcalá es fruto de la estrecha relación con el entorno del monarca. Su fama de milagroso continuó después de su muerte en 1463 con el refrendo de la corona y el alto clero, adquiriendo el punto álgido con la prodigiosa curación del príncipe Carlos al llevar junto a su lecho el cuerpo del santo. A consecuencia de ello, Felipe II solicitó del Papa la canonización de san Diego, que pasó a ser el primer franciscano español en subir a los altares y un símbolo de la piedad de la casa real española.
La escena elegida es la más adecuada para plasmar la apoteosis del santo, al representarlo en una de sus levitaciones con la contemplación de la cruz que siempre llevaba para no apartar de su mente la Pasión de Cristo. A diferencia de otras versiones posteriores en las que se refleja el milagro en la huerta del convento con varios espectadores, en esta ocasión el santo recibe la luz divina en las alturas, ensalzado por un rompimiento de cielo y rodeado de ángeles, de modo que parece más una ascensión que un hecho milagroso concreto. En este sentido, la similitud de la pintura con un dibujo que representa a san Francisco del mismo Vicente Carducho, conservado en la Biblioteca Nacional, es un dato más para pensar que se buscaba equiparar a san Diego con el fundador de la orden a través de una transposición iconográfica.
Completan el conjunto seis esculturas de santos y santas franciscanos, distribuidos a ambos lados en tres alturas, y las tallas del Crucificado, la Virgen y san Juan con las que se componía el Calvario que ocupaba el ático. Probablemente en las esquinas de la zona superior se ubicaban los dos escudos del donante que se contratan a Muniátegui junto con el ensamblaje.
La intención del Duque de Lerma de contar desde un principio con artistas cortesanos queda patente en el contrato con Muniátegui, firmado en septiembre de 1604, al afirmar que los santos grandes de bulto del retablo principal se le darán hechos por cuenta del Duque y que el ensamblador sólo estaba obligado a asentarlos en sus nichos. En efecto, el 9 de diciembre de 1605 Pompeo Leoni daba poder a Bartolomé Carducho para que en su nombre concertara la realización de las esculturas por un valor total de 540 ducados, terminados de pagar en enero de 1608, por lo que sabemos que fueron realizadas a lo largo de los dos años anteriores.
La evidente superior calidad que ofrece la obra de Pompeo Leoni en materiales como el bronce o el mármol ha justificado la tradicional catalogación como obras de taller de las tallas del retablo de San Diego. De hecho, sin dejar de atribuir a Leoni el diseño de las mismas, siempre se ha señalado que en su ejecución material pudo colaborar su hijo Miguel Ángel y que debió tener un importante papel el escultor italiano Milán de Vimercado, asiduo colaborador de Leoni, quien lo trajo a España en 1593 para trabajar en las esculturas funerarias de la familia real en El Escorial. La pérdida de varios conjuntos en madera policromada, que sabemos contrata Leoni con mayor frecuencia en los últimos años de su actividad artística, no permite establecer análisis comparativos para delimitar el grado de intervención del taller que, por otro lado, era también abundante en los encargos en bronce.
En cualquier caso, las esculturas del retablo de San Diego tienen el indudable interés de ser uno de los escasos testimonios de la escultura cortesana de comienzos del siglo XVII en madera policromada, marcada por una sobria elegancia que se transmite a través de personajes de rostros un tanto estereotipados y con actitudes contenidas. El trabajo de la policromía, con toda probabilidad realizado por el taller de Vicente Carducho, incide en la misma sobriedad a través de motivos vegetales sobre fondos rajados, característicos del periodo contrarreformista. La profunda huella que este tipo de obras dejó en los escultores españoles de las primeras décadas del siglo XVII, y en especial en Gregorio Fernández, es la mejor prueba del lugar que las corresponde en la evolución de la escultura de la época.
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Catalogación Hernández Redondo, José Ignacio
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